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Una tregua de boquilla con apellido Yankee

El regreso de Donald J. Trump a la Casa Blanca ha acelerado el proceso de firma del alto el fuego entre Israel y Hamás en la franja de Gaza tras haber avisado que desataría un “infierno” sobre Oriente Próximo si Hamás no liberaba a los rehenes israelíes antes del pasado 20 de enero, día de su investidura


El cese del fuego llega a suelo palestino después de más de un año -desde el 7 de octubre de 2023- con un balance de más de 47.500 muertos según las autoridades sanitarias de la franja. En lo que va de año, Israel ha asesinado en Cisjordania a 70 palestinos. Una cifra que muestra el nivel de violencia de un conflicto que ha ido escalando ante la mirada pasiva y complaciente de Occidente, que garantizó el flujo armamentístico con Benjamín Netanyahu y que ahora pretende garantizar la seguridad en el retorno de los palestinos en los pasos fronterizos y hacer de árbitro. El día 31 de enero la Unión Europea ha comenzado a desplegar una misión civil en el paso de Rafah “por pedido de palestinos e israelíes”, aseguró la Alta Representante de la UE para Política Exterior y Seguridad Común, Kaja Kallas, en un mensaje en redes sociales.




La desescalada se desarrollará en tres fases. La primera es una tregua de seis semanas (42 días) en la que se ha comenzado a retirar las tropas israelíes y  liberar rehenes por ambas partes, además de permitir la entrada de 600 camiones diarios de ayuda humanitaria después de meses de bloqueo. Esta es la fase que está detallada y también la que más riesgos implica a la hora de que el pacto se rompa o no. Por el momento transcurre con normalidad, pero con tensiones en cada operativo.


La segunda de las fases implica completar la retirada de tropas, manteniendo la presencia en el corredor de Filadelfia (a lo largo de la frontera entre Gaza y Egipto) y la liberación del resto de prisioneros y rehenes. Las conversaciones para definir esta fase iban a darse ayer, lunes 3 de febrero, en Doha (Qatar), pero el gobierno israelí anunció el domingo que no enviaría a su delegación a la capital catarí. Un cambio de guion un día antes de la visita institucional de Netanyahu a la Casa Blanca que ha tenido lugar el día de hoy, 4 de febrero. Una visita con la que se convierte en el primer mandatario extranjero invitado de la nueva Administración Trump.


La tercera fase, la final, se supone que abordará el futuro gobierno y las cuestiones a resolver en la franja. Esta última es la más controversial, pues Israel querrá mantener un control indirecto y la Autoridad Nacional Palestina y Hamás, querrán lo propio.


Hasta ahora, más de 300 presos y 15 rehenes han sido intercambiados entre Israel y Hamás y está previsto que sean en total 33 israelíes y 1.890 palestinos. Aunque signifique un respiro y un freno a las muertes, el pacto no implica por sí mismo un cumplimiento total del alto el fuego. Ya se rompieron pactos en 2004, 2006, 2008, 2011, 2014,2018, 2019, 2021 y 2023. 


La ultraderecha israelí, por su parte, ha mostrado su oposición al pacto y los seis ministros del partido Poder Judío, liderado por el ministro de Seguridad Nacional, Itamar Ben Gvir, han presentando su dimisión a Netanyahu. En la carta presentada, según recoge el Times of Israel, Ben Gvir hace alarde de sus “logros significativos”, pero rechaza lo que él denomina un “acuerdo de rendición al terrorismo”.


El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu y Donald Trump, en 2020. REUTERS/TOM BRENNER
El primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu y Donald Trump, en 2020. REUTERS/TOM BRENNER

La influencia del presidente estadounidense es innegable, así como su relación con el Primer Ministro israelí, quien ha tenido un gesto de complicidad con Donald Trump en la firma del pacto. Si bien es cierto que el nuevo presidente norteamericano presionó a al israelí acusándolo de estar creando guerra infinita, sus posturas se han vuelto a acercar. El proyecto estabilizador de Trump para Oriente Próximo comienza precisamente por el alto el fuego en Gaza, aunque dejando claro su carácter temporal. En esta línea, el magnate y presidente norteamericano anunció ayer la deportación de los estudiantes y profesores universitarios que sean extranjeros y que participen o hayan participado de las protestas propalestinas en las universidades de EEUU. Una persecución en toda regla del "antisemitismo", según Trump. Pero sobre todo una persecución de aquellos movimientos sociales contrarios a sus intereses políticos. Una medida que, por supuesto, ha agradecido Netanyahu desde Tel Aviv.


Lo que queda en Gaza


Desde que comenzó la desescalada el 20 de enero, más de trescientas mil personas de las cuatrocientas mil que la abandonaron forzosamente han regresado a la franja. El norte de Gaza es un absoluto desierto de escombros, recuerdos del terror y miles de tiendas de campaña que componen campamentos improvisados. El mismo enviado de Trump para supervisar el alto el fuego, Steve Witkoff, estimó la reconstrucción de Gaza en “10 o 15 años”. Por su parte, la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) ha estimado que hay unas 50 millones de toneladas de escombro que llevará 20 años retirar.


La reconstrucción material de la franja requerirá de ayuda internacional; países como Malasia ya han anunciado su compromiso con el pueblo palestino en Gaza. Pero es la reconstrucción social, la de las heridas y los miedos en la mente de miles de personas, la que más tardará en hacerse efectiva. Quizás nunca pueda hacerse.



Lo que no resuelve el pacto


Un pacto de alto el fuego como este no resuelve las cuestiones de fondo que han llevado a la situación actual. A lo largo de las décadas, los constantes llamados a un alto al fuego en Gaza han demostrado ser insuficientes para garantizar una paz duradera en la región. Los acuerdos han sido efímeros, frágiles y constantemente incumplidos. La realidad en el terreno muestra que las treguas suelen servir como pausas estratégicas más que como compromisos genuinos hacia la resolución del conflicto.


En este contexto, el régimen de ocupación y segregación impuesto sobre los palestinos es considerable como un apartheid. Restricciones de movimiento, confiscación de tierras y el bloqueo a Gaza han limitado severamente los derechos y la autodeterminación del pueblo palestino. A pesar de las condenas de la ONU y otras organizaciones de derechos humanos, la situación persiste sin cambios estructurales y retorna cíclicamente al control del estado israelí.


Desde los Acuerdos de Oslo firmados en los años noventa hasta las treguas más recientes, la falta de voluntad política, los intereses geopolíticos y la asimetría de poder han impedido que estas iniciativas conduzcan a una paz real y sostenible. La crisis humanitaria en Gaza, agravada por los bombardeos y el bloqueo, pone en evidencia que un alto al fuego temporal no resuelve la raíz del problema: una ocupación prolongada y un sistema de desigualdad sistemática que perpetúa el conflicto genocida y la expansión israelí.


Es poco realista, por tanto, asumir que una tregua temporal y parcial como esta solucionará los problemas de fondo entre Israel y el pueblo palestino. Porque las heridas nacen en el siglo pasado y se reproducen constantemente sin aparente final a la vista. La famosa y mágica fórmula de “la solución de los dos Estados”, que repite hasta la saciedad la Comunidad Internacional, tampoco parece ser eficiente ni útil en una lucha que es desigual tanto en fuerza como en apoyos internacionales. 


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